Veo en ella el Taj Mahal y también Chartres. Veo el Palacio Ducal de Venecia y Santa María del Mar. Veo la Plaza Registán de Samarcanda y la Lonja de Valencia. Veo San Pedro de Arlanza en su ruina y Atapuerca en su despliegue. Veo Tenochtitlán y las ciudades desaparecidas de Mesopotamia. ¿Cómo no asociar las formas de la naturaleza con las construcciones humanas? Sería de ingenuos preguntarse qué fue primero porque, mayormente, no cabe duda. Aunque también las manipulaciones florales existen. La arquitectura de los hombres es representación de los símbolos naturales. Así, el templo hindú o el cristiano son proyecciones de la montaña y ésta simboliza el ascenso interior. Que luego las culturas hayan desarrollado un afán práctico en base a sus creencias, necesidades sociales, urbanas, administrativas, no anula el modelo anterior. La naturaleza primigenia siempre es la referencia.
El problema intrínseco de las creencias y de las ideologías es su tendencia cíclica a cerrarse. Es como si, tras apurar su cometido de mostrarnos una manifestación, revelarnos un descubrimiento e incluso alentarnos a iniciarnos en conocerlo ya estuviera dejando el rastro de su obsolescencia. No sé si esto ya lo vio en su momento el novelista y dramaturgo alemán Arthur Schnitzler porque dejó este aforismo:
"Si cultivas con exceso el jardin secret de tu alma, puede llegar a hacerse demasiado exuberante, a desbordar el espacio que le corresponde y, poco a poco, a invadir otras regiones de tu alma que no estaban llamadas a vivir en secreto. Y así puede ser que tu alma entera acabe convirtiéndose en un jardín cerrado y, pese a su esplendor y su perfume, sucumba a su propia soledad".