"" el ojo heterotópico: miradas concéntricas
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martes, 16 de abril de 2013

Arquitectura del jardín secreto



Veo en ella el Taj Mahal y también Chartres. Veo el Palacio Ducal de Venecia y Santa María del Mar. Veo la Plaza Registán de Samarcanda y la Lonja de Valencia. Veo San Pedro de Arlanza en su ruina y Atapuerca en su despliegue. Veo Tenochtitlán y las ciudades desaparecidas de Mesopotamia. ¿Cómo no asociar las formas de la naturaleza con las construcciones humanas? Sería de ingenuos preguntarse qué fue primero porque, mayormente, no cabe duda. Aunque también las manipulaciones florales existen. La arquitectura de los hombres es representación de los símbolos naturales. Así, el templo hindú o el cristiano son proyecciones de la montaña y ésta simboliza el ascenso interior. Que luego las culturas hayan desarrollado un afán práctico en base a sus creencias, necesidades sociales, urbanas, administrativas, no anula el modelo anterior. La naturaleza primigenia siempre es la referencia.




El problema intrínseco de las creencias y de las ideologías es su tendencia cíclica a cerrarse. Es como si, tras apurar su cometido de mostrarnos una manifestación, revelarnos un descubrimiento e incluso alentarnos a iniciarnos en conocerlo ya estuviera dejando el rastro de su obsolescencia. No sé si esto ya lo vio en su momento el novelista y dramaturgo alemán Arthur Schnitzler porque dejó este aforismo:

"Si cultivas con exceso el jardin secret de tu alma, puede llegar a hacerse demasiado exuberante, a desbordar el espacio que le corresponde y, poco a poco, a invadir otras regiones de tu alma que no estaban llamadas a vivir en secreto. Y así puede ser que tu alma entera acabe convirtiéndose en un jardín cerrado y, pese a su esplendor y su perfume, sucumba a su propia soledad".  



martes, 2 de abril de 2013

De río chico a río grande




Estos días un río chico es un río grande. De verle en otras estaciones -apenas una leve corriente tomada cómodamente por los patos-  a este torbellino feraz, no es extraño que las gentes nos acerquemos al espectáculo de su brío. Irrumpe con todo su caudal generoso, pero también salvaje, en el otro río, considerado el principal. Este río chiquito  - Esgueva-  transcurría por la ciudad a través de dos ramales hasta hace siglo y poco. 

Pienso, al ver esta bajada de metros cúbicos, cómo sería en tiempos pasados este fenómeno, inundando el caserío. Fotos añejas hay de tal circunstancia, antes de que se canalizara por un extremo de la ciudad. Pero también la ciudad perdió con ese traslado forzoso el encanto de esos dos cauces que desembocaban en el río más grande, el Pisuerga. El río chico era el que atravesaba el corazón de la vecindad histórica. El río grande pasaba extramuros. Vueltas y aconteceres: hoy lo de Pisuerga le suena a todo el mundo. Mientras, el río menor extravía su nombre justo en esa desembocadura. Aunque con esa crecida considerable se quiera hacer valer.










jueves, 14 de marzo de 2013

Las malditas diásporas, vistas por Françoise Vanneraud



Podría decirse que la historia de la humanidad es la historia de los desplazamientos humanos en masa. Desde que se inventaron las ciudades se daba por sentado que la verdadera historia  -la de la cultura humana-  era la que tenía lugar en las urbes. Pero el nomadismo no desapareció nunca. Motivada por necesidades no cubiertas, por hambrunas, pestes, catástrofes, persecuciones religiosas o políticas, falta de trabajo o miserias varias, la gente se ha visto obligada a ponerse en movimiento una y otra vez. A abandonar su tierra, su cultura, su país. Lo ha hecho por ciclos, por sectores sociales, por regiones del mundo, por tiempos diferentes, y pocas zonas del planeta quedarán libres de la expulsión.




Éxodo, diáspora, exilio, extradición o migraciones, entre otros términos, el hecho de la movilización social muy a su pesar sigue siendo uno de los sinos y desgracias de nuestros días. Desarraigo y ausencia siempre. Abandono y pérdida del tiempo pasado. Esto ha sabido captarlo muy bien Françoise Vanneraud con sus dibujos en la exposición titulada Habitar la frontera que tiene lugar en el Museo de Arte Contemporáneo Patio Herreriano de Valladolid. Formando una larga secuencia horizontal la artista ha dibujado en papel vegetal más de 300 figuras representando a los personajes de la emigración. Individuos de todas las edades, países y culturas, pertrechados de maletas, hatillos o mochilas, andando o en vehículos abarrotados de equipaje representan ese panorama de los movimientos migratorios actuales. Las figuras, recortadas, no van pegadas a la pared, sino aisladas, separadas del fondo. En las fotografías no se percibe bien ese efecto, que  dota al conjunto de un movimiento peculiar, pero si uno se fija en las sombras que proyectan se puede hacer una idea.




Para mí la clave de la contemplación, lo que verdaderamente nos lleva a sentirnos afectados por el fenómeno migratorio, no son tanto las imágenes tal cuales como la manera de presentarlas. Al colocarlas en una especie de banda corrida a lo largo de tres paredes las imágenes las percibimos cinematográficamente. Y cuando digo cinematográficamente no me refiero a que sean ni distantes ni ficticias, sino todo lo contrario: al poder de una imagen que simula movimiento. Rompiendo el esquema espacio-tiempo la descripción te atrapa y sigues la ruta no tanto como un cómic sino como una cinta sin fin y prácticamente sin solución. Se agradece la sensibilidad social de Françoise Vanneraud y esa visión dinámica con la que transmite uno de los grandes problemas no resueltos por las sociedades supuestamente modernas. 







(Françoise Vanneraud, imagen tomada del blog del MAVA, de Alcorcón)


sábado, 2 de marzo de 2013

Los ríos van a dar a los ríos




Que nadie me proponga tener que elegir un espacio determinado de una corriente fluvial. Un espacio que es también un tiempo insustituible. Cada parte de su curso tiene vida propia y todas me cautivan. El agua que traslada no es un sistema único. Genera varios. Comparas la fontana tenue donde nace con la acumulación de la corriente a medida que el río continua o con la entrega definitiva a otro río o al mar y te parece que son ríos dentro del río. Nombrado con un solo nombre por aquello de que los humanos necesitan entenderse en los usos que extrae e la naturaleza, sin embargo el río es una pluralidad de vidas. Un río tiene mil caras en su propia afluencia, independientemente de que pueda recibir otras corrientes. Y esos mil rostros que son otros tantos paisajes son también formas, fuerzas, cadencias y ritmos. Un río es una consonancia que arrastra también nuestros sentidos. Porque los ríos existen antes de que esta especie nuestra tratara de apropiarse de ellos.





Sobre los ríos se puede hablar algo, pero lo justo. Hay que ir a ellos y exponer los sentidos para percibir. Simplemente. Todo habla en ellos a nuestra curiosidad y potencia nuestra admiración. Ellos condicionan el entorno por donde caminamos, las vegas que se cultivan, las sinuosidades del terreno al que se adaptan. Una desembocadura nunca es una muerte. El río nace en...pasa por...y muere en...era una vieja cancioncilla escolar que, sin que nos diéramos cuenta, hablaba sobre todo de dinámica, de movimiento, de transcurso. Símbolo perenne de la vida que no cesa lo es también del crecimiento y la regeneración. Un río nunca muere. Simplemente, se prolonga más allá.




En estas fotografías se ve la desembocadura en el río Pisuerga de un río modesto, el Esgueva, que antiguamente transcurría por Valladolid dividido en dos ramales que prácticamente abrazaban la ciudad. Solo en el siglo XIX se decidió desviar su curso por el extrarradio y convocar su desembocadura en un único punto en la zona norte de la ciudad. No obstante esta forzada y artifical caída de un río en otro no resta belleza al ecosistema que se ha generado allí.

La licencia tan alegórica y evocadora como tópica de Jorge Manrique en sus Coplas: Nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar...queda congelada por mi parte ante la contemplación del espacio y del tiempo en sí mismos. No tengo mayor interés en saber a dónde van a dar nuestras vidas, precisamente por eso, porque no van a ninguna parte más allá de su curso.









viernes, 1 de febrero de 2013

Ojos concéntricos




¿Cuántos ojos se posan sobre los objetos? ¿O sobre las situaciones? ¿O sobre los paisajes? Y no me refiero al orden secuencial: una mirada tras otra mirada. El hombre que toma café mira unas cuantas fotografías de libro. Según las observa se mira a sí mismo. Quiere plasmar una posición de su mirada sobre las otras miradas. Los autores de las fotografías de libro andarán por alguna parte, encontrándose en sus quehaceres. ¿Siguen siendo sus fotografías cuando llega otro individuo y se pone a hacer su propia lectura de ellas?





El café debe ser lento y quien lo apura puede mirar a la pareja y hasta hablar con ella. Observa a ambas mujeres. Los tres han detenido el coloquio. Relajan sus rostros, entrecierran los párpados, pierden su mirada. Ni siquiera el hombre del café las mira de lleno. Mira el fondo de la taza y acaso también piensa. Fue una hermosa tarde de primavera. Fue una visita en que él sobraba. Fue un sorprender una actitud inesperada. Tomará el último sorbo de la taza y se marchará. 





Al hombre de gusto cafetero le atraen los espacios interiores que sabe que son fotografías y no espacios. Pero que él los contempla como extensión. Le seducen porque están vacíos y la perspectiva gana con la luz. No hay solo una mirada hacia el entorno exterior. Se mira dentro de sí  -sobe todo dentro de sí-  mientras eleva la taza. Se ve allí dentro, desnudo como la habitación. Habla con la luz que embarga el recinto y se deja llevar por el vago recuerdo de determinada pintura danesa de autor. De la desnudez de una habitación cabe obtener una cierta actitud mística donde él quisiera renacer.





Cuando mira el cuerpo que le da la espalda le recorre el escalofrío de un abandono. Quiere estar y no quiere estar allí. Reconoce en la mujer una parte que él ha entregado de sí. Teme que el color que dispersa la calidez que mostró ella sea también el principio de una disolución. Piensa que nunca hay que concluir categóricamente. Se siente demediado. Consulta los posos del fondo. Cree ver el símbolo yin yang.  





Si no se viera sujetando la taza pensaría que se trata de un animal mitológico. O de un sueño y, por lo tanto, de una advertencia. Los animales hablan en nuestros sueños tanto o más que los otros humanos. Se reencarnan ofreciéndose. Toma mi pelaje de color albo, mi mirada proyectada, mi olfato inequívoco, mi astucia y mi agilidad. Parece escuchar decir al ser fantástico que se le ha plantado delante. E incluso: termina lo que tomas y déjate conducir a otra dimensión; tanto tenéis que aprender los hombres de nosotros....






Los autores de las fotografías de fondo son lo siguientes, en orden consecutivo: Justine Kurland, Kelli Connell, Gábor Ösz, Arno Nollen, Charlotte Dumas y Aneta Grzeszykowska. Con mi agradecimiento por sus miradas.